domingo, 14 de octubre de 2012

En mi MEMORIA y en memoria de...


Hablando en clase de los textos de transmisión oral, me hizo recordar, pues yo conservo algunas líneas de unos textos que en mi familia viajaron. No sé su procedencia, ni en tiempo ni en lugar, solo sé que de mi abuelo pasó a mi padre y hasta aquí han conseguido llegar.

Debo estar afectada de tantas “estrofas” contar, pues según estoy escribiendo, me ha parecido oír rimar.

Sé que parecen largos, lo son, pero de verdad os digo que llegan al corazón. Entiendo que a mí me afecten más, pues oír a tu padre recitar y recordar a su padre que ya no está, es mucho más sentimental.

Dicho esto, aquí os dejo tres poemas en prosa que espero disfruten. Están colocados en el orden en el que me llegaron y por tal motivo, más familiares me resultaron.

Aproveché este momento también para registrarlos en un formato tal vez más seguro y tenerlos a mayor recaudo, pues no parece que esta generación lleve a cabo tal acción y memorice estas líneas de gran extensión. Para evitar perderlos por culpa del olvido o por su extravío, aquí los tendré siempre escritos.

¡OS INVITO A LEERLOS!

(En varias ocasiones los traté de buscar y no conseguí hallarlos en ningún otro lugar.)

Espero que os gusten…


PRIMERO

Señor juez, me presento ante vuecencia para que me hagáis sentencia de un crimen que practiqué. Y ahora, si usía no habiéndolo visto quiere oír módulo crimen, suélteme estos collarines, fuera hierros que me aprietan, porque aunque yo haya sido conducido y ante usía maniatado, no me creas un malvado porque haya sido asesino.

En mi tragedia vive Cristo y usía no habiéndolo visto no sabría a bien juzgar, así que déjeme explicar:

Llegó el día de dejarla porque así lo quiso Dios, la di un beso y un adiós y me marche sin mirarla, porque si otra vez la miro, no me marcho de su lado mientras que ella no hubiere dado junto a mí el postre suspiro.

Salí, la puerta cerré, y con una mirada incierta volviendo a mirar la puerta, falto de valor lloré, porque allí dentro me dejaba mis ilusiones, mi vida, mi felicidad querida, la mujer que más quería.

Quien en mi existencia endulzó dos años con su presencia y al marcharse en mi existencia allí dentro se quedó.

Viví, no insistí jamás. Un año estuve sin verla, pero ¿dejar de quererla? eso no lo hice jamás.

Mi amor estaba dormido, mas no muerto señor juez, hasta que un día la vi otra vez, y ese día me ha perdido. Iban juntos, muy juntos, mi cerebro hecho un volcán, vete detrás me decía, pues esa mujer me atraía como el acero al imán, y caminando un buen trecho yo detrás y ella delante, ella iba con su amante, yo, solo con mi despecho, sintiendo en el alma oír tristes deseos de muerte y maldiciendo mi suerte, que merecía morir.

¿Cómo ocurrió? No lo sé, en vano de recordar, sólo sé que vi brillar un cuchillo que saqué y aquel hombre deshecho al punto a mis pies caía, la suerte así lo quería, pues lo maté, pecho a pecho, ¿y a ella? A ella quise perdonarla, ya me iba señor juez lo mismo que la otra vez de su lado sin mirarla, cuando oí un grito maldito de su garganta escaparse, grito, maldito grito, con aquel grito expresaba la mujer tal sentimiento, que lanzando un juramento la miré, y vi que lloraba, lloraba porque el moría, maldiciéndome quizás, nadie ha sufrido jamás lo que yo sufrí aquel día, que mirándola enloquecido maldije mi existencia, y la dije:

“No hay clemencia, ni para ti ni para mi” y atraído por el mal, perdido ya la razón, supe hallarla el corazón con la punta del puñal.

Esta es la verdad de todo, ni quito nada ni aumento, y a mi suerte me acomodo, la maté, porque una ingrata no debe inspirar clemencia, firme usía la sentencia, si justo es que muera el que mata.



SEGUNDO

Público, si por un momento queréis prestarme atención, yo abriré mi corazón, y os diré lo que siento, no porque nada me importe, porque como tú bien sabes, hay cosas mucho más graves de que ocuparse en las cortes.

Aunque sin interés las cosas que de mi digan, no dejaran de tener miga como se verá después.

De salud, ando tal, apetito, no me falta, aunque me es perjudical, y sino, vamos a ver qué hago con el apetito para que lo necesito si no tengo pa’ comer. De ropa y calzado horror, me aflige un aspecto, y de fijo yo me aseguro que no hay ninguno en el mundo que vaya peor que yo.

Tengo unos pantalones que están tan deteriorados que casi por todos los lados ya se me ven los girones. De mis negros calzoncillos yo a remendar no aguardo, la chaqueta, se va al pardo, ya no tiene ni bolsillos, camisas, llevo aunque os parezca risa, tres años si es que no pasan sin ponerme una camisa, botas, dices que si tengo botas, con gran sángramo me tratas, gracias que lleve alpargatas y para eso siempre rotas.

Con que di, público sensato, si tratas a discreción que no te causo admiración de tan simpático retrato, que yo, yo transijo por todo, todo, menos trabajar.

En Madrid un cierto día señores voy a explicar por lo mucho que he pasado por no tener pa’ doblar, paseando por las calles muerto de necesidad, cuando me veo un letrero que dice “Tahona, se vende pan” yo muy ciego y generoso a la casa llegué a entrar, cuando me veo un escriño que estaba lleno de pan. Ni corto ni perezoso cojo un pan debajo del brazo, y antes que me viera el mozo por no pagar, salgo a escape, pego un pisotón a un perro, y un chico me dice “¡zape!” tiro al arrollo una vieja por escapar presuroso, que cayó al pie de una reja donde había una pareja que estaban haciendo el oso.

Más por culpa de la inoportuna promuevo casi un combate y hago pedazos la luna de un inmenso escaparate, me agarra un guardia feroz que me sacude una coz y me ata por ambos codos, mas yo no acierto a explicar lo que me paso después.

Lo que sí que me aseguro, que he quedado para estar metido en la cama un mes.

Resumen de la jornada, una buena indigestión, ni salud, ni dinero, ni honor, ni nada, y una navidad pasada durmiendo en la prevención. Que me deis unas palmadas os pido de corazón, para contemplar a este hombre por lo mucho que pasó.



TERCERO

En el pueblo de Villafranca en el año 1936, un matrimonio habitaba y una hija que tenían en cual fruto de sus entrañas.

Cuando estalló la guerra el marido se marchó y la suerte le acompaña, como un buen soldado español, pero en el frente de Brunete el pobre herido cayó, la triste nueva corrió entre la gente del pueblo, que aquel pueblo militar en el frente había muerto, y por su eterno descanso se le hizo un honroso entierro, la pobre de su mujer lloraba de sentimiento.

Al cabo de un año, un gran señor de aquel pueblo de amores la pretende con ganas de casamiento, pero como finalmente no estaba confirmada la muerte de su marido, no podían ser casados, entonces acordaron comprarse con precaución y a ser vida los dos juntos con gran gusto de los dos.

Volvamos a su marido, que prisionero se hallaba y sabe que su mujer de otro hombre se enamoraba. Cuando acabó la guerra salió de su campamento, solicitando permiso para marcharse a su pueblo, como era buen muchacho y se hallaba prisionero, le concedieron permiso y el marchó para su pueblo, en el camino se encontró con un amigo que le contó de la vida de su esposa y su querido.

Muy suspenso se quedó no sabía el qué hacer si volverse a la guerra o irse a ver a su mujer.
Qué vergüenza se decía, entre la gente del pueblo, por una mujer mundana sin fe y sin conocimiento, yo que tanto la quería y tanto la respeté, ahora me da este mal pago esa purada mujer. Si fuese mujer de bien, debiera esperar con calma, la muerte de su marido si al fin fuese confirmada.

Ahora que me hallo vivo, que me hago en este caso, si la mato soy perdido, si la dejo soy burlado, de ella y de su familia y de todo el vecindario, pero no quiero matarla por no volver a presidio, porque estoy ya muy cansado de trabajos y martirios.
Yo no siento el matrimonio, ni el hallarme mal casado, lo que siento es una hija que con ella me ha quedado, esa infeliz criatura que me roba el corazón porque no tiene la culpa de tan horrible traición.

Ahora que me hallo aquí, voy a hacerle una visita, para estrechar en mis brazos a esa inocente niña, y a las nueve de la noche como quien nadie sabía, fue a llamar a la puerta donde su esposa vivía, bajó a abrirle al instante, y ella al verla cara a cara, ella conoce al marido y al suelo cae desmayada, “levántate mala mujer y preséntame a nuestra hija que por ella vine al pueblo, que ya estoy muy enterado de todo cuanto me has hecho” Al momento bajó la hija, y en sus brazos la estrechó, y dándola humildes besos, de esta manera la habló:

“Hija mía, hija de mi corazón, ya veo que somos perdidos, tu sin padre en este mundo, yo sin amparo y sin amor, pero si Dios me da suerte, nunca más te olvidaré, te meteré en un colegio donde puedas ser mujer”.

La mujer llena de pena amargamente lloraba, temiendo de su marido que por mala la matara, pero este muy confuso no quiso mancharse en sangre, considerando que el crimen era de gente cobarde.








1 comentario:

  1. Jamás había leído ninguno de los tres. Son muy muy curiosos y, si han pasado en tu familia de generación en generación, deberías transmitírselos a tus hijos del mismo modo que tu padre ha hecho con vosotras.
    ... trovadora... ;)
    Te lo anoto también.

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